La orografía y el relieve de Palomares son
complicados. Y más si se les llena de cercas, arroyos, boñigas y otras
lindezas.
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Aunque pueda parecerlo, lo peor de todo no fue el
arroyo. Lo vadeamos heroicamente como pudimos. Lo peor estaba por llegar
en forma de alambres.
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Tuvimos que traspasar una alambrada casi tan
peligrosa como las de los campos de concentración en los que se apresa a
los malvados rebaños de ovejas. Pero después nos esperaba un imprevisto:
La mochila de Ángel, que siempre es un pozo de sorpresas, guardaba en su
interior una fabulosa botella de cava catalán que nos aprestamos a
consumir para festejar que la víspera el susodicho había cumplido un añico
más.
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No todo iba a ser alegría y felicidad. A algunos
les da por ensuciar el campo con unas masas negruzcas de repelente
olor.
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Si es que, como no hay sitios donde echar la
mierda, ¿qué mejor que en lo alto de un monte para que se oree
bien?
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Más que el cava, yo creo que fue el pestazo lo
que hizo que la cámara se desenfocara.
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Suerte que paramos a la entrada de Zamora y todo
volvió a la normalidad.
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El reagrupamiento sirvió para que razonásemos junto con Paco que pasaba
por allí sobre cuestiones trascendentales de la vida social zamorana.
Desgraciadamente, no encontramos una solución fácil a los complicados
problemas que se plantearon pero llegamos a una sabia conclusión: Hay que
seguir palante. |
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That's
all folks! |